sábado, 27 de marzo de 2010

Zumatra y la mecánica de tu corpiño / Las manos de Urias Heep

Zumatra, por Ricardo Curci (Las manos de Urias Heep)


Lo primero que surge al leer la poesía de Walter Iannelli es que su lenguaje es directo. No hay artificios entre el texto y el lector. pero esta aparente simplicidad es resultado de la elección de un lenguaje que se ha propuesto ser exacto. Exactitud es el nombre para definir a estos poemas, me parece. Para decir, por ejemplo, que en un pedazo de tela se encuentra el universo, no necesita muchas palabras ni una construcción sintáctica compleja. es algo que cualquiera podría haber dicho, quizá, pero no de la manera en que aquí se dice. porque en este caso, la simplicidad magnifica el contenido del poema, como una piedra que produce olas en las aguas quietas que todos tenemos bajo las capas de la conciencia. La poesía de Iannelli explora a filo de machete en la oscuridad de un cuarto lleno de objetos peligrosos que no recordábamos que allí estaban. por eso, cada final deja una sensación de desolación, como cuando compara la espalda de una mujer con un muro. En los poemas del ciclo de Zumatra, lo exótico del nombre da más verosimilitud a las cuestiones que tratan, que no son otras más que la esperanza inútil pero siempre buscada (como los que esperan en Zumatra), la violencia ancestral (los consorcios de Zumatra) o la incapacidad por encontrar más que escombros y suciedad en las calles que forman la mente de los hombres (los lavanderos de Zumatra, uno de los mejores del libro). En estos poemas lo extraño nos permite ver lo que somos como si fuera otro el que lleva tales estigmas. Luego viene el retorno, el reflejo que dice que Zumatra no es sino otro nombre de un lugar que todos llevamos dentro. Pero el lenguaje va creciendo en complejidad hacia la segunda mitad del libro. En el poema Después del sueño, en mi opinión el punto más alto del conjunto, confluyen el lenguaje exacto y a la vez elaborado, exquisito, con el contenido, filosófico y existencial. Aquí, el nombre que no se pronuncia adquiere relieve por las imágenes que intentan describirlo y que lo van alzando hacia el final. Hasta ese abismo desde el que el autor está dispuesto a gritar el nombre de una raza, de un dios tal vez, ese nombre imposible que todos desearíamos escuchar en las ocasiones en que nos preguntamos qué sentido tiene nuestra vida. En una época donde la poesía es enunciativa y enumerativa, repleta de referencias sociales o emocionalidad fácil, como naturalezas muertas que no conmueven por la falta de la luz adecuada (lease talento), los poemas de Walter están construidos sin lugares comunes, con un lenguaje poético diferente porque fusiona la profundidad filosófica con imágenes que suenan frescas pero maduras. Habla de hechos y cosas importantes, profundamente humanas. De esos límites entre los que el hombre camina, con pasamanos endebles, desde y hacia dos abismos imaginados. Estos poemas son crueles porque lo intuido siempre es oscuro, son tristes también, aunque lo disimulen a veces a través del humor. Pero sobre todo son implacables. Sin embargo, el lenguaje, con lento esmero y eficaz sapiencia, se encarga de rescatar la belleza que hay aún en lo terrible.

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